¿Quién no ha oído alguna vez la expresión “poner cara de póker”? Todos la hemos escuchado alguna vez, seguro. ¿Y qué me dicen de “tener un as en la manga” o “ir de farol”?

El póker ha llenado el vocabulario de muchos idiomas con expresiones que generan imágenes muy potentes en la imaginación de la gente y en su forma de hablar. Con una historia larga y cargada de relatos legendarios, el póker se ha hecho un sitio de primer orden en el imaginario colectivo.

Aquel juego que parece empezar en China o Persia hace cientos de años, acaba llegando a Nueva Orleans por medio de los comerciantes franceses llegados de la metrópoli, que llaman al juego “poque”. Este nombre, debido a errores de pronunciación de los colonos anglosajones acaba derivando en la palabra póker, su nombre actual.

De aquel juego sencillo, poque, jugado por cuatro jugadores con un mazo de veinte naipes de los que se repartían cinco a cada jugador, y en el que no había descartes porque simplemente ganaba la mejor jugada después de realizar apuestas, se pasó pronto a introducir variaciones que dotaban al juego de una cierta emoción, hasta llegar al juego reglamentado y relativamente complejo que conocemos en la actualidad.

Así que, entre mediados y finales del siglo XIX, nos encontramos con el mejor juego posible, sencillo y fácil de jugar, recorriendo el río Mississippi a bordo de los barcos que lo surcaban de un extremo a otro y llevando consigo a toda clase de gente dispuesta a pasar el rato jugando. Y así se expande por Estados Unidos y el resto de Norteamérica, a lomos de la colonización del oeste, el legendario “far west”, otra fuente de potentes imágenes, muy unida al cine y a otras industrias legendarias, como la del rock o la música country americana.

El póker, lastrado por una imagen sucia, pasa a ser considerado un juego de tramposos y tahúres hasta finales de la primera mitad del siglo XX, mientras se extiende forma imparable. Y solo a partir de la década de los cincuenta de dicho siglo, y gracias a una serie de jugadores que deciden vivir limpiamente del póker, comienza a sacar la cabeza del agujero, a dejar de ser considerado un juego sórdido para ganarse un halo de respetabilidad que llega hasta nuestros días. Aquellos jugadores fabulosos, conocidos como los Texas Rounders, son leyendas vivas de la historia del póker. Jugadores como Doyle Brunson, Amarillo Slim o Sailor Roberts contribuyeron a sacar al póker de ese pozo de inmundicia en el que se hallaba sumido para elevarlo a la categoría de juego de salón con el que ha llegado a nuestros días.

En la actualidad, el póker ha pasado de las mesas reales a las mesas electrónicas, a ser jugado con ordenador por millones de jugadores en todo el mundo. Veinticuatro horas y siete días a la semana, el póker recorre el mundo dando vueltas sin pausa. Queremos jugar a aquel juego que practicaban los pistoleros del lejano oeste, los tahúres del Mississippi o los presos de Alcatraz. Una parte importante de la emoción que nos produce jugar al póker reside en su leyenda, en su historia.

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